Un Grand Tour es un tornado de caos y drama incesante. Un libro de cuentos vertiginoso e implacable que recorre un país como una fuerza de la naturaleza. Para cada día se escribe un nuevo capítulo, fresco, dictado por momentos: ataques, mecánicas, júbilo, rabia, suerte, heroísmo y trabajo en equipo. Un Grand Tour no espera a nadie. Sin embargo, de las aldeas, los pueblos y las ciudades la gente viene y espera. Deseosos de experimentar —de vivir— su propio momento del espectáculo pasajero. Para esos pocos ciclistas en la cima, que negocian pacientemente las turbulencias, se necesita tranquilidad para mantenerse serenos cuando el péndulo podría, en un momento, oscilar hacia ganar o perder. Volver a montar tranquilamente una cadena en la vorágine de la última contrarreloj de montaña. Un ciclista sale victorioso, pero un Grand Tour es la ilustración perfecta del trabajo en equipo, dentro y fuera de la carretera.

Mirando hacia atrás, la inmensidad de un Grand Tour solo puede recordarse por los momentos del incidente. Cuando Sepp Kuss se dio la vuelta para proteger a Primoz Roglic, la carrera parecía desvanecerse. Cuando Roglic perdió la cadena a pocos kilómetros de la cima de la etapa clave. Los momentos en que los admiradores contuvieron la respiración. Los momentos que todos esperamos son los que hacen la carrera.

Pero el trabajo en equipo no está reservado para la carretera. Al vencedor le corresponde el botín, dicen. En un Grand Tour, sin embargo, el vencedor no es el individuo en el escalón más alto del podio al final del último día, es todo el equipo. Y cuando Roglic abrazó a su equipo Jumbo-Visma en la cima del Monte Lussari, sus palabras fueron el reflejo más puro del trabajo en equipo que precedió a ese momento: "Lo logramos".

Gracias, Primoz.

Gracias, Equipo Jumbo-Visma.

MANTEN EL RITMO

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